Por Oriana Villarreal

HACE 27 años se inició la construcción del muro que separa a Estados Unidos de México. Cuando caminas por el malecón de Playas de Tijuana, caminas justo a un lado de la barda de metal que sube unos cuantos metros del piso. Puedes comerte un elote o un plátano forrado de chocolate mientras ves un horizonte dividido por una frontera que corre aún por el mar. Nosotros y ellos. Es tan normal en el imaginario fronterizo ver casas vecinas de un muro. Un muro que no sólo separa dos países, sino también a millones de familias. Un muro que le ha arrebatado la vida a miles de personas con la intención de lograr su sueño americano. Según la ONU tan sólo en el 2019, se registraron 810 muertes de personas que iban buscando justo eso: una mejor vida que no les garantiza su país de nacimiento.

HAY PERSONAS que cruzaron la frontera desde pequeños y no han vuelto a ver a sus papás desde entonces. En lo que va de este año, la cifra de niños, niñas y adolescentes migrantes que se han reportado pasó de 380 a casi tres mil 500. –Por ahí me crucé una vez, cuando era más fácil –me dijo alguna vez mi abuelo mientras caminábamos por el malecón comiéndonos uno de esos plátanos forrados. –En algún momento creí que me iba a morir porque caí en un hoyo profundo y no sabía nadar –agregó riendo. Como si todo eso fuera algo insignificante. Las burbujas de privilegio no permiten cuestionar la vida de aquellas personas antes, durante y después de su transcurso a una nueva vida estadounidense.

DE LO PRIMERO que se tiene que hablar cuando se aborda el tema de la migración es la necesidad de garantizar el derecho a no migrar. Muchas veces se habla sólo del derecho a migrar, pero garantizar las condiciones adecuadas para que una persona no se vea forzada a dejar atrás su país en busca de una mejor calidad de vida, viene primero. Las personas, en estos casos, no migran por gusto. No dejan sus casas, sus familias y su cultura porque tienen ganas, sino porque se ven obligados a hacerlo. Se ven atraídos por los billetes verdes con la esperanza de que quizá sean la solución a sus problemas. Pero la mayoría del tiempo no lo son.

AUNQUE ESTADOS Unidos promete una vida económicamente más estable para la persona que se fue y para aquellos familiares que se quedaron, ser migrante en Estados Unidos es vivir una realidad llena de miedo y situaciones denigrantes. Vivir indocumentado en Estados Unidos, es vivir con el miedo de ser deportado en cualquier momento. Las personas indocumentadas que se establecieron y tuvieron hijos estadounidenses tienen el temor de ser separados de ellos en cualquier momento. Obama, en sus años de mandato deportó a más de dos millones de personas. Trump, a pesar de sus promesas de deportar también a millones, deportó a 267 mil personas. A pesar de que no fue tan grande como la promesa que hizo en su campaña, sigue siendo una cifra grande. Esto se traduce en más de dos millones de personas que fueron despojados no sólo de su país de origen por su incapacidad de proveerles las condiciones necesarias para seguir en él, ahora también son forzados a abandonar su vida en Estados Unidos. Son obligados a abandonar hasta su sentido de pertenencia. No son de allá ni de acá.

LAS PERSONAS migrantes en Estados Unidos no son la excepción al fuerte racismo sistémico que caracteriza a su sociedad. La constante violación a sus derechos humanos por su situación de migrantes es una realidad a la que se enfrentan todos los días. La Conapred menciona que se les detiene arbitrariamente y se les niega acceso a servicios básicos como la atención médica y el acceso a la justicia. Son obligados –a falta de otras oportunidades por su situación de ilegales– a laborar por sueldos mucho más bajos que los de aquellos americanos que hacen el mismo trabajo.

Fotografía relevante a la nota.

El muro en Playas de Tijuana (Foto: Archivo/Omar Martínez/Cuartoscuro)

CUANDO LLEGÓ Donald Trump a la presidencia con su discurso público anti inmigratorio, era evidente que la situación de los migrantes en el país se iba a ver vulnerada. No porque antes no lo fuera, pero Trump reforzó las políticas migratorias a niveles no antes vistos con su ideología xenófoba. Su política anti inmigratoria incluyó: un ataque muy fuerte en las ciudades santuario; puso a los policías locales como agentes de migración lo que resulta en un mayor estado de alerta y miedo para las personas migrantes; canceló la política de “detener y liberar”, poniendo fin al perdón en caso de arresto tras el primer intento de cruzar de manera ilegal; suspendió, también, la posibilidad de que una persona pidiera asilo si ya había tocado tierra de un tercer país (solo podía tocar el suyo y Estados Unidos). El miedo que causaron las políticas de Trump se evidenció con el incremento de las remesas que se mandaron a México en los últimos años para lograr mandar todo lo posible antes de una posible deportación. Con Trump como presidente, se creó una menor calidad de vida para todos aquellos migrantes que se encontraban en Estados Unidos.

CON LA llegada de Joe Biden a la presidencia, llegan las promesas de una política migratoria menos dura. Prometió un incremento en el número de refugiados permitidos en Estados Unidos, así como una legislación migratoria que facilitará el proceso a una ciudadanía para 11 millones de inmigrantes indocumentados en Estados Unidos. Este último proyecto se encuentra en espera de la respuesta del Senado por falta de apoyo de la oposición republicana. Biden también busca la aprobación de una regularización permanente de aquellos inmigrantes que llegaron al país cuando eran menores de edad; los dreamers. Es muy pronto para saber si el discurso de Biden va a ser congruente con lo que realmente se haga, ahora sólo queda esperar a ver qué futuro tienen los migrantes en Estados Unidos los próximos años de su mandato.

LO QUE es cierto ahora es que las realidades de las personas que son obligadas a migrar no son buenas ni en su país de origen ni en Estados Unidos. Se necesita atacar la incapacidad de los países de origen de proveer a su población una vida digna. Las situaciones tan denigrantes a la que se exponen las personas migrantes –en el transcurso y ya estando en el país nuevo– en busca de una mejor vida son evidencia suficiente para saber que algo tiene que cambiar. Existe una necesidad creciente también de que el gobierno y la sociedad estadounidense les garantice una vida libre de violaciones a sus derechos humanos, al darse cuenta del aporte que tiene la población migrante en su país. Un país que, quieran o no, comparten.